Thursday 24 January 2019

Taller de guion

La corriente del vendaval amplifica su rugido; BOOM, claquea el metal de la puerta con el estrudendo del poder de la naturaleza. Ese dramatismo superior a los propios seres vivos.

Sin hueco ni para un suspiro, el viento se auto enmudece tan radical como ha sido su aparición espectral. El súbito silencio dibuja una frialdad anodina, una conjunción sensorial que envuelve el segundo expectante de una tensión áspera y vinculante.

El olor a garaje parece agudizarse, transformándose en neblina ascendente.
La puerta aparenta seguir temblando tras el varapalo e incluso la mirilla quiere haberse resquebrajado por las alas del huracán microsegundado.

Un nuevo sonido rompe el teatral carisma de la escena; otro objeto metálico arrastrado con gran dificultad. La luminosidad comienza a ganar terreno al viento, mostrando con cierto encanto unas escaleras de obra que se desplazan torpemente.
Caen, vuelven a ser levantadas, cambian de posición para mejorar su transporte, hasta por fin conseguir colocarse frente a la puerta recién cerrada por el bestial aire mágico.

Con la agilidad de alguien que ha escalado ese instrumento con anterioridad, se ven unos piececitos que ascienden por los peldaños con respeto y silencio disciplinado.
Mientras los piececitos van trepando, la cámara muestra progresivamente a quién pertenecen esas pequeñas extremidades. Un cuerpo de niño de unos casi 3 años, con una cabellera rubia blanquecina.

Se enfoca su cuerpo por delante, su pecho, mostrando ese silencio disciplinado, una madurez y capacidad de guardar la entereza y la tensión, excepcionalmente fuera de lo común para su edad.
Su pecho se hincha por otro aire, mezcla de orgullo, saber estar, nostalgia e ilusión.
Suspira y respira hondo en su cuerpecito infantil, otra vez con un juicio inusual para su edad; y acerca el ojo derecho a la mirilla, colocada perfectamente a su altura.

En ese momento su cuerpo se relaja, consigue acceder a la inmensidad de esa minúscula ventana del garaje. Lo que ve es una mujer descalza dibujando, el movimiento de las telas que la cubren es grácil en esa lonja, ambiente cálido, tonos ocres invadidos por colores aleatorios de los cuadros que forman un puzzle armonioso, un orden poco habitual para una artista.

El cuerpo de la mujer se tensa, como si le hubiesen alcanzado los escalofríos de la conexión con la presencia del niño. Sin poder acceder a él, mientras este le observa en secreto prohibitivo.

El metal de la puerta parece aumentar de manera exponencial, su contundencia, la barrera física que separa duramente las dos dimensiones, irónicamente tan alejadas como próximas.

"Mamá" se ve articular con travesura en los labios del niño.



Sofia Peña.

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