Hablaré
del Athletic de Bilbao. No escribiré la próxima estrategia de ataque en Liga,
ni sobre quien sustituirá a nuestra última joya que pronto volará fuera;
escribiré sobre mi Athletic, el que yo veo. Lo que en realidad vemos todos.
¿Y qué
voy a decir yo a alguien que se marcha al Manchester City cuando soy la primera
que volaría a Australia, Zimbabwe o Venezuela?
En los
tiempos que corren es natural soñar con ligas extranjeras, retos nuevos,
mentalidades o formas de vivir con txapelas de colores diferentes.
Recuerdo
una frase muy buena de esos colegas de barrio que tenemos todos; el que trabaja
en Ondarreta, tienda de golosinas, periódicos y revistas de al lado de mi casa.
Me gusta charlar con él del Athletic de vez en cuando. Contó hace tiempo algo
así como:
“Los
mejores jugadores para el Athletic son los que se marchan y vuelven. Por
ejemplo, Aduriz. Salen fuera, se curten, ven lo calentito que se está en casa,
y vuelven con otras ganas, otra visión, otra perspectiva.”
Leo que
Laporte se nos escapa, y recuerdo a Llorente, Javi Martinez, Amorebieta o Ander
Herrera, entre otros. Y recuerdo al Muniain de Bielsa.
No soy experta técnica
del fútbol, pero hazme caso que el Muniain de Bielsa no lo olvidaré jamás.
Grabado a fuego en mi mente.
Parecía
que iba a alcanzar otra galaxia, pero se quedó ahí, casi en sueño. Siempre pienso
que la partida de sus compañeros de vestuario para un chico tan joven y tan
motivado con los éxitos del equipo en ese momento, tuvo que ser un disgusto enorme para él.
Esa parecida sensación cuando estás de fiesta en el punto perfecto de borrachera y
diversión, y de repente tus colegas quieren pirarse a casa. Pues eso, se te
baja todo, ¿o no?
Repito,
no vengo a soltar la panacea que convierta al Athletic en el líder mundial del
fútbol (en cierta forma ya lo somos, jeje), pero comparto mis reflexiones a
ver si entre algunos podemos fijar un rumbo maravilloso, o por lo menos que nos
haga disfrutar como tanto nos gusta.
Mucho
está dicho sobre las idas y venidas de los jugadores del Athletic, quien le
sustituirá, las limitaciones que nos marcamos con nuestra filosofía única, el
fútbol marketiniano actual, etc. Pero
y ¿si hablamos de los abrazos de vuelta?
¿Y si
la grada de San Mamés hiciese un esfuerzo por recibir con los brazos abiertos a
todas esas joyas o diamantes en bruto de nuestra cantera que han querido
aprender o vivir otras estrategias de juego, simplemente otras experiencias de vida aspirando a algo más?
Hazme
caso, sé muy bien lo que es eso del orgullo o cabezonería vasca, el que un “compadre”
te falle tanto, ¿eh?
Pero
hablamos de ganar partidos y ganar títulos, no de culebrones mediáticos
obviamente innecesarios.
¿Qué
sería de nosotros si Aduriz no hubiese podido volver a jugar con esa
maravillosa, deliciosa y mágica camiseta rojiblanca? No quiero ni pensarlo.
No se
me deja a mi ser cabezota, se me exige que perdone a las almas crueles,
pero no somos capaces como afición de “hacernos los longuis” (llámalo x) si de
repente un Ander Herrera o incluso un Llorente quisiesen volver, años después,
a lucir esta camiseta única y luchar por este escudo que me pone la piel de
gallina?
Y para
cerrar, si me columpio y hablo de entrenadores o presidentes, igual lo que necesitamos es que sean ellos los que salgan fuera de aquí, se
cambien de txapela y hablen idiomas de otras estrategias de fútbol o gestión de
personas, de talentos, de diamantes en bruto. Otra energía, otra motivación,
otro esfuerzo.
Ese estilo inglés peculiar que respiramos en Euskadi desde la hierba
verde, hasta el All Iron, pasando por la arquitectura, los muebles de los años
70 o el cielo gris.
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